Hay determinadas vicios, típicos de escritores noveles, que harán a tus lectores poner pies en polvorosa nada más haber leído dos párrafos de tu novela. Por descontado tus posibles editores y agentes irán a la cabeza, marcando el ritmo del pelotón que se aleja.
Uno de los más comunes, y del que vamos a hablar hoy, es hacer una exhibición de vocabulario. No es buen negocio hacer gala de intelecto trasteando con palabras enrevesadas, quedareis como pedantes egocéntricos y además no aportareis nada a la calidad de vuestra obra.
Os lo repito: No es buena idea. Por muy amplio que sea tu catálogo de términos a utilizar, es mejor que te retraigas. Al lector no le gusta tener que emplear su tiempo en descifrar montones de palabrejas tirando del contexto, y menos aún romper su ritmo de lectura cada dos por tres para echar mano del diccionario.
Pese a que no dudo de que conoces su significado, utilizar palabras como: virola, interfecta, guarismo, melifluo, megalodón, peripatético, contumaz, exinanido o bálano (este último cosecha de Ken Follet) no enriquece tu prosa, sino que la hace más pesada que el "Waka Waka" de Shakira.
Como muestra un par de botones:
Como podéis apreciar no hay hijo de su madre quien entienda las frasecitas, y no cabe duda de que el lector preferiría encontrar con frases más sencillas, pero con la misma fuerza y significado:
Peor sería que encima de utilizarlas ni siquiera conocierais su significado:
Mucho mejor sería escribir: “La bizca de la clase intento interceptar a su amiga a la salida, pero los pasillos del instituto estaban abarrotados y se le hizo imposible dar con ella".
La calidad literaria será discutible, pero al menos dirá lo que tú quieres decir.
El fallo aún se incrementa otra pizquita si te empeñas en darle lustre a tus párrafos metiendo a calzador palabras olvidadas, en desuso, más muertas que la abuela de Ramses II, de esas que hace un siglo que no flotan en el viento. A día de hoy nadie insulta a su enemigo con un chispeante “malandrín”, ni a su pareja con cantarín “pelandrusca”, ni a su hijo con un sonoro “haragán”. Ni que decir tiene que nada más colocar estas palabras en los labios de tus personajes su realismo se irá por el retrete.
En definitiva, es conveniente tener un vocabulario rico, pero elegir con tino que termino utilizar en cada momento. No se trata de alardear de conocimiento, sino de vender la novela y para esto nada más que hay un camino: que guste. Las palabras retorcidas sólo conseguirán apartar la atención de la historia, y eso nunca, nunca es conveniente.
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