Maniáticos Empedernidos

Busqué como un poseso, registré hasta el más recóndito resquicio de los cajones de mi escritorio; uno tras otro, de abajo a arriba y de este a oeste, tal y como mandan los cánones. Nada.

Comparto manía con Borges, que pasa largos ratos a remojo en la bañera, soñando con ideas originales que atrapar y luego plasmar en el papel; pasan los minutos y ya empiezo a sentirme como si a Allende, que siempre empieza sus novelas el 8 de enero, se le alargara la cabalgata de reyes un par de días y ya fuera barruntándose un año en blanco. De seguir así el estado de relajación que sólo proporciona el placer del agua contenida va por el camino de desaparecer.

Tras repudiar la idea de exhumar a Hemingway para pedirle prestada su inseparable pata de conejo, e inquebrantable al desaliento, opté por cambiar el área de búsqueda. Basándome en la enfermiza obsesión que tienen los lapiceros por saltar de la mesa al suelo para rodar y abigarrarse en la penumbra, desplacé mi batida hacia los bajos del sofá cama que comparte mis dimes y diretes en el mundo de la escritura. Nada, el lapiz del Ikea, obstinado como Harrison Ford en "El Fugitivo", seguió burlando mi cacería

Necio como un buey me negué a utilizar cualquier otro utensilio de escritura, ni el bolígrafo de tinta super fina que me vendieron a precio de chuleta de unicornio, ni el portaminas de diseño, ni otro de los innumerables lápices suecos que guardo celosamente con la secreta intención de acabar construyéndome con ellos una cabaña de 40 metros cuadrados.

Carmen Martin Gaite sólo escribía con una estilográfica heredada de su padre y a Neruda le chiflaba la tinta verde; pues a mí no me quita el sueño ni lo uno ni lo otro, a mí simplemente me gusta empezar los capítulos de las novelas con el mismo aparejo con el que los termino; luego, puesto el punto final, reniego de mi herramienta y comienzo el siguiente con cualquiera otra.

Finalmente lo encontré, se escondía frente a mis ojos, arropado por un par de folios y mimetizado, como un camaleón, sobre la madera veteada de la mesa.

Las manías, que son tan humanas, en el mundo de la escritura abundan, yo también me he precipitado en la vorágine, y para mi desdicha, a pesar de tratar de ser lo más ordenado posible, a veces tardo más en encontrar el bolígrafo adecuado de lo que permanezco finalmente frente al papel.

La mayoría de los escritores son, somos, maniáticos, supongo que la cosa viene dada porque la naturaleza misma del arte de escribir es una manía de solitarios.
Me gusta escribir en folios blancos, nada de folios azules de los que hacían perder la cabeza a Faulknes, empeñado en escribir siempre en ellos; claro que peor era lo de Alejandro Dumas, que alternaba los tonos azules, amarillos y rosas según escribiera novela, poemas o artículos.
Mi preferencia por las cuartillas blancas no creo que alcance la categoría de manía, no es más que un ritual, parecido a escribir de mañana, como Stephen King, o de noche, como Onetti; o concentrarte en el silencio más absoluto, como Juan Ramón Jiménez, que llegó a forrar de corcho su piso e incluso a internarse en un convento de clausura, o preferir una atmósfera cargada de los decibelios de AC-DC como le gusta al prolífico King.
En cuanto al lugar tengo un término medio entre la incomodidad del caballito de madera sobre el que escribía Goethe y la cama de Proust: Mi maravilloso sofá.

En lo que respecta a estas locuras inofensivas, no aprecio que tenga más. Intenté emular a Dan Brown, que se cuelga boca abajo y detiene la escritura para hacer flexiones cada hora, por aquello del “mens sana en corpore sano”…pero no funcionó, aficionarse al autosacrifício no es lo mío y tampoco aspiro a mártir de las letras.

Sobre este blog

Blog personal del escritor Fernández del Páramo. Un espacio digital creado para dar a conocer su obra y compartir impresiones con sus lectores.