Perfumar vuestra novela con un final apoteósico.

Conseguir un buen final es uno de los trances más delicados a los que nos enfrentamos al discurrir por el embarrado camino de la escritura de novelas.
Si bien en las novelas todo lo que nazca en la imaginación del escritor, y sea susceptible de plasmarse en palabras, tiene cabida, más te vale exprimirte la sesera y conseguir un final que huela a éxito, que cierre completamente la novela, sin cabos sueltos y cuya lógica no sea discutible. El lector quiere dar el libro por terminado y no esperar con la boca abierta a ver si detrás de la pausa televisiva echan otro capítulo de Walking Death mientras se pregunta: ¿Se ha “acabao” o echan otro? 

Es relativamente fácil cerrar una novela con un “y fueron felices y comieron perdices”, de hecho hay millones de ellas en las que el detective atrapa al ladrón y finaliza la novela con un “chimpún” nunca mejor dicho: “de libro”. Todos estamos de acuerdo en que lo lógico es que así sea, además lo de la moralina de que el bien prevalece sobre el mal nunca deja de estar de moda; pero lo cortés no quita lo valiente y los finales previsibles huelen a rancio. No estaría de más darle una vuelta a la historia; ¿acaso no sería más impactante un “y fueron infelices y se los comieron las perdices”…o incluso un stephenkiniano “y fueron perdices y se comieron a los felices"...?

Hay que ser conscientes de que en esas últimas hojas te juegas el veredicto de la novela y pese a tener a Mónica Naranjo, a Bustamante y a Llaser ensimismados con tu actuación, como el colofón no esté a la altura te vas a encontrar con una valoración mediocre, una palmadita en la espalda y una invitación al “siga jugando” similar a los de los "rasca y gana".

El final de la novela debe de ser más enérgico, intenso, sutil y embriagador que tres gotas de Chanel nº5 deslizandose por la piel de Marilyn Monroe.

Para ello los grandes escritores dedican casi 100 páginas a prepararse el terreno, para, al igual que logro Patrick Süskind con su best seller “El perfume”, hacernos pasear a través de su protagonista, Jean-Baptiste Grenouille por el “evanescente reino de los olores”.
El truco está en ir mezclando el ilang-ilang de las Comores y el jazmín de grasse, de aroma floral y afrutado; con otros ingredientes como rosas de mayo, nerolí de Grasse, vainilla de Bourbon, vetiver Bourbon y sándalo e ir removiéndolos con tino, hasta que cuando resten aproximadamente 5 páginas, y las papilas olfativas del lector estén sugestionadas a tope, llegue el momento de pulverizarles nuestro Chanel Nº 5. El perfume más grandioso que hayan olido jamás.


Süskind al igual que la casa Chanel con “el animal más bello del mundo” también bautizó de Chanel Nº 5 a su personaje, construyendo un final apoteósico, sorprendente que mezcla con maestría la previsible moralina de la superioridad del bien sobre el mal con un desenlace impresionante:

Grenouille es condenado a morir lentamente, descoyuntado por una barra de hierro. Sin embargo, el día de la ejecución se impregna en su último perfume y la multitud que presencia su ejecución embriagada y enloquecida por la fragancia de amor que surge de Grenouille terminan por pedir su indulto al tiempo que sucumben en una gran orgía.

Con un final como éste cualquier escritor se daría con un canto en los dientes, pero aún hay más, Süskind todavía guarda unas gotas más de ambarina esencia que hacer rodar por la piel tersa y suave su Marilyn.
Grenouille, a pesar del indulto, se siente decepcionado, ya que el perfume hace que la gente lo ame mientras que él es incapaz de sentir o mismo. Finalmente vuelve a París, al mercado que lo vió nacer, y se mezcla con las gentes del lugar. Una vez allí, vacía todo el frasco de perfume sobre su cabeza, provocando que miserables, pordioseros, prostitutas y criminales, se lanzen sobre él enloquecidos y al grito de: ¡Es un ángel!, terminen por devorarlo, borrándolo completamente de la faz de la tierra y volviendo después a sus casas imbuidos en un sentimiento de extrema felicidad.

Un final apoteósico que catapulta la primera novela de Patrick Süskind, El Perfume, hasta el olimpo de los dioses.




1 comentarios:

Anónimo 3 de marzo de 2015, 9:21  

Los finales apoteósicos son la guinda del pastel. Es cierto que la obra se disfruta, porque te deja con un sabor amielado, lo has disfrutado. Pero no siempre los finales sorprendentes son la carta de presentación de un gran libro. Muy buen post.
Feliz martes.

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Sobre este blog

Blog personal del escritor Fernández del Páramo. Un espacio digital creado para dar a conocer su obra y compartir impresiones con sus lectores.