Kill em All

Los autores, al mismo tiempo que vamos rellenando de párrafos nuestras novelas, vamos desarrollando una enfermiza relación de amor-odio con nuestros personajes. Un amor que surge de la propia creación del mismo, de ese periodo convulso y volátil en que a base de pincel fino vamos dibujando a los títeres que viajarán saltando de letra en letra y tendrán la comprometida tarea de ser nuestra voz en la novela.

En cuanto al odio os diré que tarde o temprano aparecerá, y aún os digo más: Se hará más fuerte a medida que estos vayan tomando cuerpo, adquiriendo un protagonismo malsano que termina por crearnos una relación de dependencia que hace que el ineludible momento en el que hemos de poner el punto y final a nuestra relación simbiótica con ellos sea más doloroso. La eterna danza entre Eros y Tanatos.

Hay personajes que engordan hoja a hoja, novela a novela, y a medida que crece su peso específico lo hace el generoso tributo, en forma de fama y pasta, que recibe su creador. El problema surge cuando su importancia pasa a ser capital, convirtiéndose en pieza fundamental e ineludible para la obra. En ese momento el autor está atado de pies y manos, por desgracia, amigo, en ese preciso instante se han invertido los papeles y ahora el títere eres tú.

Kill en AllSi la aberración no solo se permite, sino que además se alienta, se puede dar el recurrente caso de que muerto el autor el personaje consiga flotar en el aire, como el ángel caído, Azazel, en "Fallen", hasta conseguir un nuevo huésped en el cual seguir viviendo, es el caso del pomposo detective Hercules Poirot, otro Azazel que ha conseguido saltar de la difunta Agatha Christie al cuerpo vivo de Sophie Hannah para protagonizar una nueva aventura, ("Los Crímenes del Monograma"). Por desgracia no es el único Azazel que espera su oportunidad para seguir viviendo y son muchos los James Bond, Philip Marlowe o Sherlock Holmes, que gozan de buena salud mientas que sus autores duermen el sueño de los justos, olvidados para el gran público bajo cuatro paletadas de tierra.

El autor debe saber el momento en el que ha de pulsar el "play", subir el volumen a tope y dejar que el "Kill em All" (Matadlos a Todos) de Metálica le inunde los sentidos. Es la hora de la guadaña, y las espigas de trigo seco han de caer. Todo tiene un momento y un lugar, y los personajes que se arrastran de libro en libro tienden a dejar un poso rancio en el paladar de los lectores. Mientras que los que, como Eddard Stark, pierden la cabeza tras acompañarnos durante mil vibrantes hojas nos dejan las papilas gustativas plagadas de infinidad de matices ácidos y amargos. Un regusto agrio que convierte el personaje en inolvidable.


Tampoco hablamos de sufrir un irrefrenable deseo de matarlos, sino de tomar consciencia de que al igual que el ser humano nuestros personajes también viven expuestos al terrible abismo de su propia fugacidad. Todo lo que nace debe morir.

La muerte puede ser el acto de amor más puro de un autor hacia sus personajes, se trata de hacer nuestras las palabras que Von Kleist puso en los labios de Pentesilea: Besos, mordiscos, son parientes, y el que ama con pasión bien puede confundir unos con otros, y regalar a nuestros personajes una muerte inquietante o gloriosa que obligue al lector a guardar espacio para ellos en sus recuerdos, de forma que pasen a la indeleble eternidad de la nostalgia.

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Sobre este blog

Blog personal del escritor Fernández del Páramo. Un espacio digital creado para dar a conocer su obra y compartir impresiones con sus lectores.