Colaboraciones. Cuando Harry encontró a Lloyd.

Esta semana una editorial valiente me ofreció colaborar con 10 páginas en un conglomerado de textos que pretenden distribuir a nivel nacional por ferias y congresos del gremio.
En un principio la propuesta me pareció valorable, incluso durante breves instantes llegó a seducirme. Finalmente tras rememorar antiguas andanzas empresariales en las que uno no era responsable del 100% de las decisiones hice caso al refrán , “a medias ni des ni tengas”, y rechacé cortésmente el ofrecimiento. La razón es sencilla: Salvo honrosas excepciones las colaboraciones son como la trayectoria musical de Mili Vanili, parece canela, pero al final resulta ser veneno.

Amigos, os recomiendo huir de las colaboraciones como de los bares en los que suena Romeo Santos.
¿Acaso no hubiera sido mejor que Albano le hubiera “hecho la cobra” a la guapísima Romina o que Paul Simon hubiera tenido los huevos de dejar a Garfunkel en la peluquería? Mark Zuckerberg fue más listo, soltó lastre y aunque le costara dinero seguro que lo pagó a gusto.
Aunque quedéis como unos ególatras que no quieren mezclarse con el vulgo o como unos vendidos que os cortaríais los brazos antes de echarle una mano al prójimo, cualquier cosa es preferible a encomendarse al espíritu santo, aceptar y empantanarte en un proyecto que sabes nace herido de antemano. Cuando Harry proyectó impresionar a Holly acercándole a casa su maletín buscó apoyo en su amigo Lloyd, el pobre jamás pensó que arrimar el hombro le llevaría a enredarse en un estrambótico viaje atravesando medio continente.

En el caso de los proyectos bicéfalos caben tres opciones: Que los dos cabezas pensantes sean genios, como es el caso de los líderes de Temple of the Dog o de los manidos Beatles. La duración de estas escasísimas colaboraciones fructíferas es breve y fulgurante como la cola de un cometa. La guerra de egos que a la fuerza ha de llegar acabará con una inevitable deflagración que se llevará por delante proyecto, ideas, amistades, dineros y a cualquiera que se atreva a ponerse por delante.
Otra opción es que nos encontremos ante un genio y un memo. En estos casos el proyecto es a la fuerza del memo, porque el genio a tenor de la inteligencia que se le presupone hará suya la máxima de mejor solo que mal acompañado y se cuidará muy mucho de enredar en sus proyectos a un gilipollas. Si te ves envuelto en un proyecto ajeno date por jodido, porque en esta pareja de baile te toca ser el pasivo y no tienes ni idea de la afición por el cuero y el latex que puede tener el que a partir de ahora va a dedicarse a montarte como si fueras una mula. Si por el contrario eres tú el que buscas colaborador, siento tener que informarte, amado lector, de que el memo eres tú. Abre los ojos hombre, sacúdete la galbana y afronta tú mismo la totalidad del proyecto, echa tiempo, sudor, esfuerzo y al final tendrás doble premio: La satisfacción del deber cumplido y la satisfacción de no haber tenido que mendigar.
La mejor de las tres opciones es que ambos seamos memos. Los memos nos entendemos entre nosotros. Disfrutamos del trabajo sin complejos ni envidias. El resultado será una mierda de grueso calibre, pero al menos tendremos un elevado grado de satisfacción personal que nosotros mismos nos encargaremos de retroalimentar.


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Sobre este blog

Blog personal del escritor Fernández del Páramo. Un espacio digital creado para dar a conocer su obra y compartir impresiones con sus lectores.