Dejar Reposar la Novela.


Vamos con otro pequeño consejo para grandes escritores, en este caso os recomiendo encarecidamente dejar reposar vuestra novela.

Desde el mismo momento que escribimos la palabra “fin” los autores consideramos que hemos alumbrado un hijo precioso. Un gordito adonis de angelical mirada e indómitos rizos rubios que haría palidecer con su belleza a la mismísima Freya. Un bebé tan bonito que nos permite dar por bueno el vano esfuerzo dedicado a todos los proyectos que acabaron convertidos en bolas de papel arrugado.

Sí, sé que es difícil meter en un cajón a la niña de tus ojos, ocultándola del mundo, y aguantar, comiéndote las uñas, el dulce momento de pasearla por el parque en su carrito para que todas las abuelas se acerquen a decirte… ”que guapo es el nene, se parece al padre”.

Siento deciros que la experiencia es tan dura como necesaria, y si quieres que tu retoño alcance la edad adulta un puñado de días de espera es un precio nimio a pagar.

En mi caso escribo y reescribo, corto, pego, borro y añado hasta conseguir un primer borrador. Este primer borrador, que ya tiene la enjundia suficiente como para nacer, lo corrijo en la pantalla del ordenador, finalizada esta corrección lo imprimo en papel. Utilizo una copia para el registro y otra la guardo en un cajón hasta que, pasados los dos meses de rigor, me encomiendo a la Santísima Trinidad y acometo su corrección definitiva.

Los dos meses de separación de tu prole te ayudarán a coger distancia y a apreciarla en su justa medida. Tanto los personajes como la trama asentarán sus cimientos y dejarán al descubierto manchas de humedad, puertas que chirrían, armarios que no cierran bien e incluso goteras o paredes torcidas. Hemos pasado la mirada por estos fallos cien veces sin detectarlos y de no habernos obligado a retirar la vista lo hubiéramos hecho otras tantas sin haber sido capaces de detectarlos.

Lo de esperar dos meses es una opción personal, ya que como dijo Einstein : “El tiempo es relativo”. Para desapegarse de vuestro engendro algunos tendréis más que de sobra con un mes, mientras que otros puede que no consigáis coger distancia hasta pasado medio año.

Yo amplio la aseveración de Einstein añadiéndole un coletilla de mi propia cosecha: “El tiempo es relativo… y cabrón”. Porque crece y encoje por donde quiere. La magia que convierte la concatenación de segundos en minutos y estos en horas y días es caprichosa y puede obstinarse en transcurrir espesa y tediosa como la cola del supermercado o vibrante y veloz como un verano en Ibiza. Todo es cuestión de perspectiva.

Si queréis imprimirle velocidad al tiempo os recomiendo que os entretengáis en lo que sea, podemos dedicar nuestros dos meses de espera a explorar los complicados horizontes editoriales, releer a los clásicos de la literatura o dar la oportunidad a las letras de los que al igual que nosotros empiezan, tampoco es un mal plan comenzar a perfilar la trama de futuras novelas. Otra opción igual o más licita que las anteriores (aunque quizás si te decantas por esta última alternativa el tiempo se estanque) consiste en aceptar plenamente lo de “perder el tiempo”.

Más tarde o más temprano llegará el día de desempolvar la novela y proceder a su corrección definitiva (si es que alguna lo es). Notaremos una extraña sensación, el texto se nos manifiesta distante, como cubierto por una fina nebulosa; el tiempo relativo y cabrón ya ha cumplido su cometido.
Por supuesto que recordamos a nuestros personajes y nuestras tramas, al fin y al cabo nosotros las hemos parido, pero la distancia consigue que veamos el conjunto desde otro enfoque, como si el texto no fuera nuestro. En este difícil trance comenzaremos "la poda de la novela". Una buena poda se llevara por delante al menos el 10 por ciento del árbol. A priori parece imposible mutilar de tal manera nuestro retoño, pero a poco que le cepillemos los dientes, le adecentemos la cabellera y le recortemos las uñas os aseguro que lo conseguiremos.

Sueños de Navidad.

Durante los que quizás fueron los mejores años de mi vida pasé las navidades junto a abuelos, tíos y padres en el pueblo, en la casa familiar. Siempre íbamos un par de días antes de estas fechas señaladas para ir preparando las pitanzas y tratar de evitar la congelación de los futuros comensales encendiendo la vieja calefacción de gasóleo a tope de potencia. En aquella casa siempre hacía un frío de cojones. Un rito preludio de la navidad consistía en desplazarnos en busca de gasoil hasta la gasolinera más cercana en el Renault 19 de mi padre. Luego me tocaba ayudarle a finalizar el proceso, sujetando el embudo hasta que la caldera se tragaba hasta el último de los bidones de 25 litros. Ni que decir tiene que la ducha de carburante, y la consiguiente bronca paterno-filial, estaba asegurada.

Solía llover de continuo, y en aquella época libre de móviles el teléfono fijo hervía con su repetitivo ring ring de felicitaciones navideñas, ante el evidente mal humor de mi señor padre, al que le resultaba imposible echar la siesta “en esta puta casa”. Las conversaciones solían alargarse un buen puñado de minutos y los familiares, que llevaban tiempo sin verse, aprovechaban para contarse sus asuntos y chismorrear un poco; cosa impensable hoy en día dado el estado de hipercomunicación en el que vivimos.

Mi madre y su hermana, Marifé, se encargaban de organizar, haciéndole un quiebro a la desgana, los festejos que se celebraban tumultuosamente a lo largo de las fiestas navideñas, por aquel entonces los hombres aún actuaban como una casta ajena a labor doméstica alguna, exentos de cualquier tarea salvo de la de recargar las calderas de gasóleo.
Los niños, como consecuencia de nuestra corta edad, tampoco teníamos ninguna función atribuida; íbamos organizados por edad y altura, como los cuatro hermanos Dalton, Rúben ocupaba la cabecera con poco más de doce años, siguiéndole yo en línea descendente, tras de mi Luisín y por último y cerrando la fila Yayo, que debía de superar por poco de la media docena.

El menú de Nochebuena consistía irrenunciablemente en sopa de marisco, langostinos y cordero. De postre: escándalo loco de dulces navideños. Para el día de Navidad nos esperaban las sobras de la noche anterior y para Nochevieja se sustituía la sopa de marisco por la de carne y el cordero por pavo.

Durante la Nochebuena mi padre actuaba siempre como maestro de ceremonias, deleitándonos con chistes fáciles, tirones de orejas que mi primo Luisín aguantaba con estoicismo, e historietas en clave de humor que a quien más hacían reír era a él mismo, cautivo de su propio talento narrativo. La opereta se alargaba hasta que el alcohol comenzaba a hacer rascar su disco duro. Tío Luis, salvo en contadas coyunturas parco en el comer y en el beber, en aquellas ocasiones engullía hasta dilatar el estómago más allá del punto de no retorno, disfrutaba de las bebidas espirituosas como si no hubiera un mañana, y no perdía ocasión de jalear a mi padre riéndole cada chiste con más intensidad aún que el anterior.

Tras zampar más turrón del humanamente posible, después de que mi abuela tratara de bailar “Mi Carro me lo Robaron” sustituyendo al ínclito Manolo Escobar por una escoba y que todos los que aún no habíamos llegado a la madurez (incluido mi padre) hubiéramos intentado decir “Pamplona” con la cavidad bucal atiborrada de polvorones de estepa, solíamos abandonar a nuestra parentela a su suerte y acabar nuestras juveniles farras aprovechando al máximo aquellos momentos de laxitud en la vigilancia paterna, aquel indulgente paréntesis en el parecía abrirse la veda a comportamientos que en cualquier otra casión se hubieran saldado con generosas andanadas de "zapatilla", achispándonos con sidra en el jardín y desperdiciando, a escondidas, un habano que como decía mi abuela “no se lo saltaba un gitano”.

En Nochevieja bajaba el nivel, y tras marcharse todos los adultos al baile, tan sólo quedábamos para disfrutar de nuestra fiesta de Nochevieja casera los cuatro hermanos Dalton, junto a mi abuela Josefina, nuestro particular Lucky Lucke siempre vigilante.

Cuando se aproximaba la media noche, después de degustar los típicos productos navideños, como postre y culminación al festival del yantar desmesurado nos concentrábamos delante de nuestra Philips TC100, orgullo tecnológico y signo de prosperidad de nuestros progenitores, ávidos de disfrutar del programa de variedades que cada año nos servía envueltos en playback a los artistas más punteros del momento.

Acabados los insufribles resúmenes informativos del año que ya llegaba a su fin, y después de que todos los profetas televisivos hubieran dado sus pronósticos para el año venidero llegaron los cuartos, los medios y por fin las doce campanadas.
En las campanadas de 1987 no hubo incidentes reseñables en el acto de buscar la buena suerte ingiriendo frutas, salvo los habituales e inevitables ataques de risa floja que siempre truncaban la intención de mi abuela de dar fin a sus doce uvas.

Los cuatro hermanos Dalton matábamos los minutos publicitarios previos a nuestro particular guateque televisivo intentando, a base de dulces navideños, que el nivel de glucosa en sangre no descendiera.
La Abuela, después de enterarse de que Manolo Escobar tampoco cantaba este año, amenazaba con enfilar la cama escaleras arriba, mientras que nosotros chasqueábamos los dedos con un sentido del ritmo discutible al tiempo que tarareábamos los éxitos televisados del cantante de moda de turno y continuábamos metiéndonos sucesivas chutas de turrón. Engullimos como hienas mientras que Rick Astley nos animaba con su "Never Gonna Give You Up", le dimos cera al turrón de chocolate, al blando, a los polvorones y mantecados de estepa e incluso a la morralla que siempre queda pegada al fondo de las bandejas: El turrón duro, las bolas de coco y las uvas pasas.

La noche fue avanzando y sin ni siquiera haberlo sospechado llegó el tiempo de una de las actuaciones más recordadas de la historia de la televisión, un colofón perfecto para una fiesta de cuidado. Si, amigos lectores, vosotros sabéis de sobra de que os hablo, vosotras quizás tan sólo lo sospechéis….pero vosotros lo sabéis fijo.

Pechuga, pechuga italiana de la buena, de la que antaño solo se veía en el catálogo del Venca. Pechugona genovesa de primera calidad. Pechuga en definitiva de Sabrina Salerno. El manjar más apreciado y mejor saboreado de toda la navidad de 1987. Una pechuga tan rica que a la fuerza tenía que estar hecha de sueños, sueños de navidad. Doy gracias a Dios por permitirme disfrutar de tal manjar: Hot Girls, la mejor actuación musical de todos los tiempos.
           
            Hot Girl Hot Girl I’m Satisfaction Baby
           Hot Girl Hot Girl I’m Dynamite
           Hot Girl Hot Girl I’m Satisfaction Crazy
          Hot Girl Hot Girl Take Me Tonight

https://www.youtube.com/watch?v=8FKSme_8_ME
Saltó, la chica saltó, tanto como para que todas las cabezas con ojos que desde cualquier lugar de esta piel de toro que es España bailaran a su compás. Saltó para disfrute de altos y bajitos, feos y guapos, monjas y frailes, para regalo navideño de todos y cada uno de nosotros.

          Hot Girl Hot Girl I’m Satisfaction Baby
          Hot Girl Hot Girl I’m Dynamite
          Hot Girl Hot Girl I’m Satisfaction Crazy
         Hot Girl Hot Girl Take Me Tonight
         Sexy Girl Sexy Girl


Sus escuetas ropas cedieron ante el ímpetu irrefrenable de aquellos pechos rebosantes, hasta llegar al punto de liberarse, agitándose al aire ante el general asombro general y el parcial aplauso. Rúben gritó: “boys, boys, boys”…yo aplaudí puesto en pie como si Miguel Ángel hubiera dado el ultimo martillazo a su David, Luisín señaló la tele con el índice gritando hasta el paroxismo: “las tetas, las tetas”, a la abuela se le escapó un clerical: “válgame Dios” y Yayo gritó “Pamplona” regándonos a todos con los polvorones con los que tabicaba hasta el últimos resquicio de su boca.

Malos tiempos para la lírica.

Coppini y sus Golpes Bajos, hace una pila de años ya nos cantaban que corrían malos tiempos para la lírica, a tenor de las desesperanzadoras respuestas que están llegando a mi correo electrónico mi novela, De Revelaciones y Engaños, tiene difícil huir de tan trillado presagio.
El tópico que reza: “Estamos viviendo tiempos realmente difíciles” a base de mera repetición va camino de convertirse en máxima.

Hostia, me revelo a creer tan mayúsculo embuste. ¿Acaso nos han invadido los marcianos, se han fundido los casquetes polares, se aproxima un asteroide más grande que las promesas de un político en campaña electoral y yo no me he enterado? o será que Tamara y Leonardo Dantes sacan un disco de duetos y la humanidad se ve abocada al suicidio antes de que esa música celestial nos lobotomice a todos.
Si la respuesta es sí, queridos lectores no me lo escribáis en los comentarios, porque se vive mucho mejor en la ignorancia y prefiero seguir aquí.

Goebbels dijo una vez “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad” y la cantinela de los tiempos difíciles empieza a oler a rancio. Una falacia con la que los poderosos atormentan al pueblo llano generación tras generación.
Todos tenemos tendencia a pensar que nuestra situación actual es peor que la que teníamos tiempo atrás. Si quieres refrendar lo que te digo sólo tienes que bajar al bar, elige uno de esos de baja estofa, de pellejo de vino y cartel del “prohibido fumar” oscurecido por el amarillo de la nicotina. No esquives la mirada entre los parroquianos, sé generoso con el vino y no dudes en dar lumbre si te la requieren. Deriva la conversación hacia los tiempos mozos, verás como fuman tabaco y en cada bocanada se les escapan recuerdos llenos de ebrias tristezas recordando antiguas dichas.

El recordar tiempos pasados con nostalgia es un sentimiento tan humano como antiguo. Y como muestra un botón, un botón precioso y con más solera que nuestro propio idioma:

Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.
                          Jorge Manrique.

La ilusión de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor tiene su base científica bien grabada en nuestro ADN. El ser humano tiende a olvidar los malos momentos y recordar los buenos. Problemas que en su día pesaban como losas, ahora pasados los años y puestos de nuevo en la balanza ya no pesan tanto.

A los poderosos que intentan inocularnos el virus de la añoranza de un pasado mediocre les responderé una y mil veces parafraseando Quevedo: Cuando decimos que todo tiempo pasado fue mejor, condenamos el futuro sin conocerlo.




Colaboraciones. Cuando Harry encontró a Lloyd.

Esta semana una editorial valiente me ofreció colaborar con 10 páginas en un conglomerado de textos que pretenden distribuir a nivel nacional por ferias y congresos del gremio.
En un principio la propuesta me pareció valorable, incluso durante breves instantes llegó a seducirme. Finalmente tras rememorar antiguas andanzas empresariales en las que uno no era responsable del 100% de las decisiones hice caso al refrán , “a medias ni des ni tengas”, y rechacé cortésmente el ofrecimiento. La razón es sencilla: Salvo honrosas excepciones las colaboraciones son como la trayectoria musical de Mili Vanili, parece canela, pero al final resulta ser veneno.

Amigos, os recomiendo huir de las colaboraciones como de los bares en los que suena Romeo Santos.
¿Acaso no hubiera sido mejor que Albano le hubiera “hecho la cobra” a la guapísima Romina o que Paul Simon hubiera tenido los huevos de dejar a Garfunkel en la peluquería? Mark Zuckerberg fue más listo, soltó lastre y aunque le costara dinero seguro que lo pagó a gusto.
Aunque quedéis como unos ególatras que no quieren mezclarse con el vulgo o como unos vendidos que os cortaríais los brazos antes de echarle una mano al prójimo, cualquier cosa es preferible a encomendarse al espíritu santo, aceptar y empantanarte en un proyecto que sabes nace herido de antemano. Cuando Harry proyectó impresionar a Holly acercándole a casa su maletín buscó apoyo en su amigo Lloyd, el pobre jamás pensó que arrimar el hombro le llevaría a enredarse en un estrambótico viaje atravesando medio continente.

En el caso de los proyectos bicéfalos caben tres opciones: Que los dos cabezas pensantes sean genios, como es el caso de los líderes de Temple of the Dog o de los manidos Beatles. La duración de estas escasísimas colaboraciones fructíferas es breve y fulgurante como la cola de un cometa. La guerra de egos que a la fuerza ha de llegar acabará con una inevitable deflagración que se llevará por delante proyecto, ideas, amistades, dineros y a cualquiera que se atreva a ponerse por delante.
Otra opción es que nos encontremos ante un genio y un memo. En estos casos el proyecto es a la fuerza del memo, porque el genio a tenor de la inteligencia que se le presupone hará suya la máxima de mejor solo que mal acompañado y se cuidará muy mucho de enredar en sus proyectos a un gilipollas. Si te ves envuelto en un proyecto ajeno date por jodido, porque en esta pareja de baile te toca ser el pasivo y no tienes ni idea de la afición por el cuero y el latex que puede tener el que a partir de ahora va a dedicarse a montarte como si fueras una mula. Si por el contrario eres tú el que buscas colaborador, siento tener que informarte, amado lector, de que el memo eres tú. Abre los ojos hombre, sacúdete la galbana y afronta tú mismo la totalidad del proyecto, echa tiempo, sudor, esfuerzo y al final tendrás doble premio: La satisfacción del deber cumplido y la satisfacción de no haber tenido que mendigar.
La mejor de las tres opciones es que ambos seamos memos. Los memos nos entendemos entre nosotros. Disfrutamos del trabajo sin complejos ni envidias. El resultado será una mierda de grueso calibre, pero al menos tendremos un elevado grado de satisfacción personal que nosotros mismos nos encargaremos de retroalimentar.


Caminando con Lou.

Los escritores bebemos de la vida, pero hay que deslizarse con los ojos abiertos y sorber con calma para poder plasmar luego las dentelladas del camino en el papel. Hay que hacerlo con calma, con el mismo compás tranquilo y la misma lengua afilada que el bueno de Lou.

Las grandes ideas están en la vereda, hay dar un paseo por el sendero de la vida, y si hay rosas de más no dudéis en quitaros los calcetines para sentir las espinas. Lou con su mirada tímida y su voz consumida ya nos enseñó el camino.

Igual que cuando Holly vino a Miami, los escritores también viajamos en autostop, nos gusta el riesgo, viajar sin rumbo, mirar por la ventanilla, oír y conversar con extraños. Igual que Holly se afeitó las piernas para convertirse en ella, nosotros nos afeitamos el alma para cambiar de piel y meternos en la de otro; sin prejuicios, sin normas, huimos del jodido que' dirán, de sentimentalismos y vergüenzas. Fingimos ser cualquiera para escupíroslo en el papel.

Hey babe, take a walk on the wild side, said hey honey, take a walk on the wild side.
-Lou Reed.

Como Candy también somos forasteros, venimos de fuera de la isla, y la isla está llena de escritores que acomodan sus culos en los taburetes de la barra, de momento estamos en la puerta de atrás atentos al movimiento del personal, dispuestos a hacer sangre si un asiento queda libre.

Ey nene, date una vuelta por el lado salvaje, dice, ey nena, date una vuelta por el lado salvaje.


El pequeño Joe nunca regaló nada, todo el mundo tenía que pagar y pagar. Aspiramos a un taburete en la barra y una moneda en los bolsillos ayuda a acercarse para tomar un trago. Un trapicheo aquí y un trapicheo allá.

Hey babe, take a walk on the wild side, said hey honey, take a walk on the wild side.

Salimos a la calle buscando alimento para el alma, como Sugar Plum, pero no siempre es fácil, hay que tomárselo con calma. Si necesitas sacar para comer no sirven las pausas, pero tampoco las prisas, puedes ponerte nervioso y equivocar el camino.

Hey babe, take a walk on the wild side, said hey honey, take a walk on the wild side.

No salgas a toda pastilla, tómatelo con calma. Jakie salió a toda pastilla para estrellarse soñando con ser James Dean. Ella no lo era, pero nosotros aunque no seamos Lou Reed tenemos que arriesgarnos a pasear por el lado salvaje de la vida.

Imagen by Jef Aerosol. Marseille-france.

Sobre este blog

Blog personal del escritor Fernández del Páramo. Un espacio digital creado para dar a conocer su obra y compartir impresiones con sus lectores.