Descorazonador final para una tarde que podía haber sido gloriosa.
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Hay determinadas vicios, típicos de escritores noveles, que harán a tus lectores poner pies en polvorosa nada más haber leído dos párrafos de tu novela. Por descontado tus posibles editores y agentes irán a la cabeza, marcando el ritmo del pelotón que se aleja.
Uno de los más comunes, y del que vamos a hablar hoy, es hacer una exhibición de vocabulario. No es buen negocio hacer gala de intelecto trasteando con palabras enrevesadas, quedareis como pedantes egocéntricos y además no aportareis nada a la calidad de vuestra obra.
Os lo repito: No es buena idea. Por muy amplio que sea tu catálogo de términos a utilizar, es mejor que te retraigas. Al lector no le gusta tener que emplear su tiempo en descifrar montones de palabrejas tirando del contexto, y menos aún romper su ritmo de lectura cada dos por tres para echar mano del diccionario.
Pese a que no dudo de que conoces su significado, utilizar palabras como: virola, interfecta, guarismo, melifluo, megalodón, peripatético, contumaz, exinanido o bálano (este último cosecha de Ken Follet) no enriquece tu prosa, sino que la hace más pesada que el "Waka Waka" de Shakira.
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Si, tras bombardear las editoriales con vuestras cartas de presentación, habéis conseguido captar su atención y que se muestren proclives a leer vuestra obra completa, es el momento de sonreír, hinchar los pulmones a tope y dejar salir el aire como un torrente. Es hora de celebrar, de sentirse orgulloso, habéis escalado vuestro primer 8000, habéis pedido una cita a la más rubia de las animadoras (o al mas musculado de los jugadores) y os ha dicho que se lo pensaría.
No es necesario que borréis del rostro esa expresión altiva, mezcla de orgullo y triunfo; pero tampoco os calentéis y mandéis a “tomar Fanta” a vuestro jefe o la chica del pueblo (o al mancebo de botica que os envia cartas de amor). Hemos escalado por un tenebroso pico (y digo hemos porque yo con "De Revelaciones y Engaños" también lo he conseguido), bregando contra el cansancio, el hastío y la desesperación y por fin hemos alcanzado la cumbre. Al asomarnos al otro lado, hemos visto que nos esperan unas cuantas cumbres más antes de conseguir publicar con las debidas garantías, muchas más para conseguir vivir de una profesión tan complicada como la de escritor.
En mi caso, cuando alcancé esta cumbre me sentí como Parrado y Canessa, cuando treparon la primera de las cumbres andinas que separaban el desgraciado vuelo 571 del mundo exterior, cayendo entonces en la cuenta de que les rodeaba toda una cordillera tenebrosa, perversa y helada. Vértigo…incertidumbre.
La posibilidad de que el esfuerzo de esta primera escalada caiga en saco roto me produjo una incómoda sensación de responsabilidad. Aún queda mucho trabajo por hacer y el esfuerzo de esta primera escalada no puede caer en saco roto.
Al igual que los dos supervivientes decidí abstraerme de las amenazadoras cumbres, correr ladera abajo y enfilar el siguiente reto. Al igual que ellos, no dudaré en zamparme a cualquier compañero caído.
Antes de coger el trineo y lanzarse ladera abajo dispuesto a empitonar nuestra segunda montaña, ya que no nos morimos de hambre y no nos espera un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya lleno de compañeros "palmando" de frío y necesidad, podemos permitirnos parar un segundo para disfrutar de la soledad de la cima y prepararnos concienzudamente para seducir al comité de lectura correspondiente. No sea que cuando comiencen a dedicar el tiempo a tu novela le pase lo que a Kewdy de los Santos con su novia de Los Alcarrizos:
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