Escribir como catarsis.

"Catarsis: Purificación, purga, eliminación de los sentimientos o recuerdos que provocan un desequilibrio

Escribir para purificar el alma, para dejar atrás recuerdos nocivos y sepultarlos bajo un montón de letras, para pasar página y dejarlos atrás.

Una vez racionalizado, el problema mengua, parece más sencillo de desentramar y se nos antoja más lejano. No deja de ser un hábito saludable plasmar sobre el papel lo que el alma siente, ayuda a dejar atrás preocupaciones y afrontar nuevos proyectos con una energía más positiva.

No creo que la técnica sirva para solventar problemas de grueso calibre o para disipar miedos cervales. Soy reacio a creer que Molly Jenninngs, por mucho que escriba sobre arañas, consiga olvidarse de "Arachnophobia" y se haga amiga de los bichitos de ocho patas, al igual que tampoco creo que, por mucho que Morrissey nos repita que “Everyday is like Sunday” logre alejar al mundo de la vereda de las autodestrucción y mucho menos consiga dar marcha atrás a la moviola para sacar una bola extra que ayude a unos a salvar la vida huyendo de entre las ruinas y a otros a salvar su alma separando el dedo del interruptor rojo que regó de muerte nuestras ciudades.


Sin embargo en mi caso sí que le saco utilidad, eso sí, a un nivel más doméstico. Si el hijo del jefe, un príncipe de camisa rosa y cuellos almidonados, me amarga la existencia hasta hacerme desear ser poseído por el síndrome de tourette, me resulta en extremo satisfactorio llegar a casa, sentarme frente al papel, y retorcer el cuento. Convertir al príncipe en rana y que la princesa en vez de devolverle la humanidad con un beso enardecido, preludio de una noche apasionada, decida prendarse de su mejor amigo y reventar al sapo aplastándolo con una maza de 25 kilos. Creedme si os digo que entre las páginas de "Crónicas de los Reinos Olvidados" hay asplastados más de un sapo.

Sota, caballo, rey…así funciona mi particular versión de la catarsis.

Nadie dijo que fuera un camino alfombrado, placentero de pisar, hay que bajar al barro, rebozarse en mugre, y muchas veces no valdrá solo con chapotear en el fango, a veces será necesario zambullirse y hasta tragárselo.

En busca de la Inspiración.

El éxito consiste en un 95% de transpiración y un 5% de inspiración. En mi anterior post hablamos de la parte correspondiente al trabajo propiamente dicho, ahora llega el turno de concentrarnos en el otro 5%.Si llevas varios días mariposeando sobe el papel y éste sigue más blanco que el culo de un fraile es el momento de hacerle caso al bueno de Freud:
       “Si la inspiración no viene a mi salgo a su encuentro, a la mitad del camino”.

La inspiración está ahí fuera
, escondida tras la sonrisa sugerente de la rubia del supermercado o tras el mostacho entrecano de un guardia civil. Nunca se sabe. El caso es encontrar el primer hilo de la madeja. Luego será cuestión de paciencia y tino sacar todo el ovillo.

Los escritores somos ladrones, cleptómanos que observamos cuanto nos rodea dispuestos a agenciarnos de ese gesto, esa anécdota, esa carcajada salvaje o esa tos que parece provenir del mismo averno. Luego será el 95% de transpiración antes comentado, el que se encargue de modelar esa vivencia a nuestro antojo, para que traducida a letras pase a formar parte de nuestra obra.

Las ideas no vienen de la nada, nacen de experiencias previas, de la vida cotidiana, de los noticieros, de los chismes de las porteras…si no aparecen cambia de rutina; dedícate a hacer jogging en cuanto el sol ceda su trono a la luna y quizás encuentres por ahí, en lo profundo del parque, al ogro de tu cuento; perfórate el esófago a base de Jägermeister en un tugurio de roqueros y quizás tu reina de corazones sea la que gobierna el antro con puño de hierro desde detrás de la barra del bar.
Se trata, en definitiva, de moverse, añadir a nuestra contemplativa vidorria, nuevas experiencias que nos enriquezcan con pequeños chispazos que pueden encender la llama de la inspiración.

En definitiva la inspiración es un hada que sopla polvos hechos de sueños sobre nuestras cabezas y nuestra es la tarea de atraparlos o dejarlos caer.

Otro pequeño consejo para grandes escritores:

Vamos con otro pequeño consejo para grandes escritores. En mi anterior post hablamos de la necesidad irrenunciable de leer si queremos escribir. Si la recomendación de entonces me resultó obvia, ésta ha conseguido sacarme los colores: Para llegar a ser un buen escritor hay que escribir mucho.
Parecen "Las Lecciones Coco", pero es una verdad como un puño, un puño cerrado, cargado de fuerza y del tamaño del Kilimanjaro.

Al igual que los grandes deportistas entrenan a muerte modelando hasta el último músculo con la sola intención de optar a la victoria, nosotros también tenemos que sufrir. Si aspiras a ver tu novela publicada tienes que luchar a brazo partido contra fuerzas tan poderosas como la pereza, la rutina o la desesperación. Muchas de vuestras hojas acabarán arrugadas en la papelera, pero eso no ha haceros desistir, escribir una novela es una carrera de larga distancia. Hay que mantener el ritmo pase lo que pase, ya llegará el tiempo de meter el codo, de poner el pie en la puerta, de esprintar para cruzar la meta. Os lo repito, tenemos que 
sufrir para entrar en primera posición. 
La competencia es feroz y el segundo es el primero de los perdedores.

No se trata de forzar hasta que nos explote el túnel metacarpiano, sino de practicar el oficio, de mantener nuestra curva de potencia siempre arriba.

Fiódor Mijailovich Dostoievski, famoso por ser un hombre de comportamientos compulsivos, que se reflejaban en sus recurrentes ataques de ira, sus fallidos matrimonios, sus frecuentes escarceos sentimentales y su irrefrenable pasión por el juego (El Jugador) llegó incluso a renunciar a un trabajo medianamente bien renumerado para sumar tiempo en favor de la escritura.

Por apetitoso que nos resulte ese estilo de vida no es recomendable imitar a Fiódor, porque no creo que la inspiración, que todos los escritores esperamos como los labriegos al agua de Mayo, aparezca mientras que, encerrados entre cuatro paredes, el estómago ruge como un dragón y un ejército de “cobradores del frac” acampa a las puertas de nuestra morada.

Lo nuestro se trata más bien de adquirir unas rutinas de trabajo (a poder ser saludables) que nos permitan entrenar con constancia nuestra pluma. No nos engañemos habrá días en prefiramos ser flagelados a sentarnos frente al papel en blanco, que estemos taponados, que la musa de la inspiración no se avenga a visitarnos, pero como un hombre sabio dijo una vez: “que la inspiración me pille trabajando”.

En mi caso, aparte del segundo tomo de Crónicas de los Reinos Olvidados, tengo varios proyectos (algunos aparcados, porque no acaban de coger impulso y se obstinan en no llegar a puerto) girando por mi cabeza. Además para esos días negros en que no eres capaz de sacar ni una línea decente tengo los blogs o un buen puñado de textos para corregir.

En definitiva para llegar a ser un buen escritor hay que disfrutar de la escritura en general, dedicarle tiempo, disfrutar, y sentir la actividad tan propia como el café del desayuno. Que sólo soñar con escribir de cara al mar una mañana de frío y luminoso sol de invierno, con la ligera brisa del mar enfriándonos el rostro mientras el café fuerte e intenso nos calienta por dentro se nos antoje la experiencia más gratificante del mundo.

Leed, leed malditos...

El primer consejo para todo aquel, que al igual que yo mismo, aspire a ganarse el sustento dándole arrumacos a la estilográfica es tan obvio que da hasta vergüenza ajena tener que apuntarlo: Leer, leer mucho.
Tranquilos, que el mito que relacionaba las gafas de culo de vaso con leer mucho no es más que eso, un mito. (El que indicaba el mismo castigo para quien se entregaba con demasiada frecuencia al onanismo también es falso, aunque no sé por qué me da, golosones, que la falsedad del segundo ya se ha demostrado empíricamente.

Volvamos de los Cerros de Úbeda y concentrémonos en el tema que nos atañe. No es de recibo pretender crear un producto que ni nosotros mismos consumimos. Trabajar diseñando motores en Maranello sin tener ni siquiera la intención de sacarse el permiso de conducir, es una empresa que si no imposible al menos a priori se me antoja difícil.
Así que, a no ser que seáis famosos de renombre, como Raúl González o Belén Esteban (ambos famosos por tener una prosa de una calidad “similarmente idéntica” a la de su verso), os recomiendo no os olvidéis de colocar junto a la pluma vuestras gafas de lectura. Ambas herramientas os serán igual de necesarias.

Como íbamos diciendo un escritor en potencia tiene que leer mucho, devorar libros. Como el monstruo de las galletas pero en versión “cultureta”. Si pensamos dedicar una hora diaria a la escritura no está de más dedicarle el doble a la lectura. No sólo por el disfrute del texto en sí mismo, sino porque ayuda a que nuestra prosa se haga más fluida, permitiéndonos visualizar nuevas construcciones gramaticales, y como no, añadiendo vocabulario a nuestro arsenal. Además no es raro que navegando entre los párrafos de otras obras encontremos inspiración para desenredar el nudo argumental en el que nuestra novela se había quedado atrapada, o darle esa pincelada final a un personaje que hasta entonces pecaba de descafeinado.

Stephen King, en su magnífica autobiografía “Mientras Escribo”, ya profundizaba en la necesidad de destinar gran parte del tiempo a la lectura. En su caso la necesidad se transformaba en obligación y ésta era llevada hasta un extremo que rozaba la adicción. El bueno de Stephen nos recomienda ampliar la sesión de lectura además de a los momentos medianamente lógicos para tal fin (como ese capitulillo previo de siesta, ese par de hojas que acompañan al bocata de chorizo de media tarde o el mítico ratejo plagado de bostezos de antes de dormir), a todos los ratos muertos de nuestro día a día (sala de espera del médico, paradas de autobús, atascos y un largo etcétera). Otra de sus recomendaciones eran los audiolibros (invento creado por el demonio para triturar tanto al libro como al librero, en el que alguien lee la novela en voz alta para que el vago de turno no gaste pupila).
Yo de momento no tengo ni el tiempo, ni la necesidad de llevar la recomendación a tal extremo, y con una o dos horas diarias de sana lectura me conformo.

En cuanto a con qué tipo de libro ilustrarnos, poco más o menos da lo mismo. Desde novelas de bolsillo de las que abarrotan las estanterías giratorias de las tiendas de aeropuerto, hasta los más sesudos textos aristotélicos. Todo lo que tenga calidad suficiente como para escapar del cruel destino de calzar sofás, tiene cabida en nuestro baúl.

Aunque para no faltar a la verdad habremos de reconocer que si a la cantidad le añadimos calidad mucho mejor. Para un novelista en ciernes se me ocurren unos cuantos libros de imprescindible lectura:" Misery", la trilogía de "El Señor de los Anillos", los entretenidísimos volúmenes de "Harry Potter", "La Orden" de Tim Willok, "Stalingrado" o "Berlín" del magnífico historiador Antony Beevor, "Soy Leyenda" de Richard Matheson , "El Nombre de la Rosa" de Eco. "En el Abismo" de Kellerman o "Gravity" de Gerritsen. Igual de buenos que los anteriores hay miles de ellos más, véase la saga de "Juego de Tronos" o los tres volúmenes de Patrick Rothfuss, cada uno tenemos nuestros preferidos y ninguno tiene que ser necesariamente peor que otro.

En mi caso suelo tener dos o tres libros empezados, procuro que sean de temáticas diferentes y suelo alternarlos en función de mi estado de ánimo o del lugar en el que me encuentre. Sapkowski y Kershaw son los dos apellidos que comparten en estos momentos espacio sobre mi mesita de noche.

Sobre este blog

Blog personal del escritor Fernández del Páramo. Un espacio digital creado para dar a conocer su obra y compartir impresiones con sus lectores.